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sábado, 19 de octubre de 2013

El Alamillo




Como los árboles, cuya edad se mide por los abrazos anulares que ciñen amorosamente sus troncos, el parque del Alamillo ha cumplido no sé qué aniversario, y lo hace creciendo, extendiendo su superficie en hectáreas, que en los espacios verdes nunca son de tierra sino de aire respirable y praderas y ramas. Ahora, para que lo le falte un perejil, para poner la guinda a su pastel, va a contar con huertos.
Nuestro Central Park es un parque periurbano que limita con esa muralla de los tiempos actuales, una autovía de circunvalación; también es peculiar en su trato con el río, pues el Guadalquivir es un apéndice cortado en San Jerónimo, resultado de aquella operación a la que fue sometido, entre otras cosas, para evitar la peritonitis recurrente de las riadas.
En la Inglaterra dieciochesca fue famoso un diseñador de espacios naturales, valga el oxímoron, por las posibilidades que era capaz de ver en un terreno antes de colocar su proyecto al noble de turno. Lo llamaron por ello Capability Brown. Pero lo bueno del Alamillo es que no es solo para aristócratas: si hubiera de elegir una imagen de la democracia, la primera que me vendría a la cabeza sería la de unos jardines públicos de los que puede disfrutar lo mismo el desempleado que el empresario.
            Gran parte del mérito de su milagro recae sin duda en su director, Adolfo Fernández Palomares; pero sin el concurso de los sevillanos esto no hubiera sido posible. Los perros que en la zona reservada a ellos sacan a pasear a sus amos, las bicicletas que ponen a pedalear los corazones de sus dueños, los patines que fortalecen si no con aluminio con calcio los huesos de quienes los calzan, los deportistas que dejan plantadas las retrasmisiones televisivas, las parejas que han sobrevivido a su noche y enfilan luminosas la mañana junto a sauces, álamos, chopos. Todos ellos hacen que el parque no sea meramente un bucólico escenario de postal, sino un lugar vivo y vivido. Funciona tan bien este parque de la Junta que si los imputados por los ERE fueran condenados a trabajos comunitarios, uno pediría que no tocaran su césped ni barrieran una sola hoja.
            Los fines de semana es posible ver en diferentes puntos de su paisaje globos y picnics en que los niños, en vez de meterse en una de esas hamburgueserías que ha denunciado el chef Jamie Oliver por insanas, juegan y corretean al aire libre ensanchando arterias y pulmones. No saben que, invitado de hierba, el parque –feliz, feliz en tu día– celebra con ellos su propio cumpleaños.

(El Mundo, edición de Sevilla, 18-10-13)